Fecha: Diciembre 2025
Categoría: Salud
¿De qué trata? Investigadores confirman que ingerimos el equivalente a un plato de plástico al año, detonando inflamación cerebral; mira cómo protegerte.
Índice
Durante décadas, la contaminación por plástico se consideró un problema ambiental, una cuestión de océanos sucios y playas contaminadas. Sin embargo, la ciencia médica ha confirmado una realidad mucho más inquietante y cercana: la contaminación ha cruzado la última frontera de nuestro cuerpo. Un exhaustivo estudio colaborativo entre la University of Technology Sydney (Australia) y la Auburn University (Estados Unidos) ha encendido las alarmas al confirmar la presencia de microplásticos en el cerebro, vinculándolos directamente con la aceleración de enfermedades neurodegenerativas.
La investigación, publicada en la revista especializada Molecular and Cellular Biochemistry, advierte que estas partículas invisibles no solo entran al organismo, sino que logran burlar las defensas naturales del sistema nervioso, desencadenando procesos inflamatorios idénticos a los que provocan el Alzheimer y el Párkinson. En un contexto mundial donde más de 57 millones de personas viven con demencia, este hallazgo añade un factor de riesgo urgente que requiere atención inmediata.
Para comprender la magnitud de la exposición a la que estamos sometidos, el profesor Kamal Dua, investigador principal del estudio, utiliza una analogía impactante: se estima que una persona adulta ingiere involuntariamente unos 250 gramos de plástico al año. Para ponerlo en perspectiva, esto equivale al peso de un plato llano de cocina entero o a ingerir una tarjeta de crédito a la semana.
¿De dónde viene todo este material? Los microplásticos son omnipresentes. Se encuentran en el agua potable (tanto de grifo como embotellada), en la sal de mesa, en los mariscos, en los alimentos ultraprocesados y, sorprendentemente, en el aire de nuestros hogares debido al desgaste de alfombras, cortinas y ropa sintética. Al ser inhalados o ingeridos, inician un viaje silencioso a través del torrente sanguíneo hasta alojarse en órganos vitales, incluidos los riñones, el hígado y, como se ha confirmado ahora, el cerebro.
Este estudio teórico se ve reforzado por hallazgos físicos recientes de otras instituciones. Investigadores de la Universidad de Nuevo México, liderados por el doctor Matthew Campen, analizaron tejidos cerebrales en autopsias realizadas en 2024. Los resultados fueron perturbadores: las muestras de cerebros que padecían demencia contenían hasta 10 veces más plástico en peso que los cerebros sanos.
El estudio halló que, en algunos casos, hasta el 0.5% del peso del tejido cerebral estaba compuesto por polímeros plásticos. Esto sugiere que el cerebro, debido a su alto contenido de grasas (lípidos), podría actuar como un imán para estas partículas lipofílicas, convirtiéndose en un depósito tóxico a largo plazo.
El equipo de la UTS y Auburn identificó cinco rutas específicas mediante las cuales estas partículas sabotean la salud mental de los adultos mayores. Estos procesos no ocurren de forma aislada, sino que crean un efecto dominó:
El cerebro posee un “portero” de élite llamado barrera hematoencefálica, diseñado para impedir que toxinas de la sangre entren al tejido nervioso. Los nanoplásticos (partículas aún más pequeñas) logran debilitar y perforar esta barrera, volviéndola porosa. Al dejar la puerta abierta, permiten que otras sustancias tóxicas y células inflamatorias invadan el cerebro libremente.
Una vez que los microplásticos en el cerebro son detectados, las células de defensa (microglía) intentan atacarlos. Al no poder degradar el plástico, el sistema inmune entra en un estado de alarma permanente. Esta inflamación crónica termina dañando a las neuronas sanas circundantes, un proceso clave en el inicio del Alzheimer.
Las neuronas consumen gran cantidad de energía. Los contaminantes interfieren con las mitocondrias (las baterías celulares), reduciendo la producción de ATP. Sin combustible, las neuronas comienzan a fallar, pierden sus conexiones y eventualmente mueren.
La presencia de estos cuerpos extraños aumenta la producción de radicales libres. Esto genera un estrés oxidativo que envejece las células cerebrales mucho más rápido de lo normal, superando la capacidad del cuerpo para repararse con antioxidantes.
Finalmente, la acumulación física favorece la aglomeración de proteínas tóxicas: placas de beta-amiloide (Alzheimer) y alfa-sinucleína (Párkinson). Además, se observó un daño particular en las neuronas dopaminérgicas, responsables del control del movimiento.
El envejecimiento natural conlleva una disminución en la eficiencia de los sistemas de limpieza del cuerpo (como el sistema glinfático del cerebro) y una barrera hematoencefálica naturalmente más frágil. Si a esto sumamos décadas de acumulación de exposición ambiental, los adultos mayores se convierten en el grupo de mayor riesgo ante esta toxicidad emergente.
Aunque eliminar el plástico al 100% es imposible en la vida moderna, reducir la “carga tóxica” diaria es vital. Aquí presentamos medidas prácticas para cuidadores y familias:
Este estudio marca un antes y un después en nuestra comprensión de la demencia. Cuidar la salud cognitiva ya no depende solo de la genética o la actividad mental, sino también de limpiar nuestro entorno inmediato. Para las familias mexicanas, tomar consciencia sobre el uso del plástico es, hoy más que nunca, una forma de proteger la memoria y el futuro de sus seres queridos.
¿TIENES PREGUNTAS?